“¿A que es bonita Sicilia?” “Pero es bonita Sicilia, ¿verdad?” “Decidlo, decidlo, decid que Sicilia es bonita”.
En cada hotel, en cada restaurante, en cada lugar que parábamos aquel junio de 1994, la primera vez que visité Sicilia, la pregunta seguida de ruego era siempre la misma: confirmar que nos gustaba la isla y pedirnos que hiciéramos proselitismo. Preguntaban con esa fórmula tan italiana que afirma e incluye la adversativa: “È bella, però, la Sicilia?!”.
Ese “però”. Hace veinticinco años Sicilia en el extranjero era, fundamentalmente, un lugar asociado a la mafia y la pobreza. Yo fui porque mis amigos italianos llevaban tiempo recomendándome ese viaje. Por la belleza de la isla y la calidad de la comida. Les hice caso y Sicilia superó mis expectativas. Pero.
Pero era 1994. Apenas habían pasado dos años de “la strage di Capaci”, el atentado con explosivos que voló un tramo de la autopista entre el aeropuerto y Palermo, a la altura de Capaci-Isola delle Femmine, cuando pasaba por ella la comitiva del juez Giovanni Falcone, su esposa y los escoltas. Mayo de 1992. Dos meses después otra explosión superlativa asesinó al otro juez símbolo de la lucha del Estado de Derecho contra la mafia, Paolo Bosellino, y sus escoltas. Los jueces del “maxiproceso” a la mafia. Los dos asesinatos conmocionaron a Italia y, mucho más, la isla de Sicilia, cuya reputación volvía a mancharse de crimen y muerte.
En junio de 1994 Sicilia era una isla deprimida económica y moralmente. Casi vacía de turistas. “Solo vienen italianos, romanos sobre todo, en agosto” nos decían. El lugar más turístico, desde que Goethe paseó por él, era Taormina, ese hermoso pueblo en lo alto de la montaña con un teatro griego cuyo escenario tiene como decorado natural nada más y nada menos que el mar Mediterráneo y el volcán Etna, cuando las nubes lo dejan ver. Era el lugar más turístico y buscando en el baúl de los recuerdos veo que, sin embargo, estoy sola en las fotos en el teatro. No había nadie más. Increíble, pero cierto. Hoy, en septiembre, tienes que dejar el coche en un garaje inmenso kilómetros antes de llegar al centro.
Entonces cada siciliano con quien intercambiaba un par de frases alargaba la conversación sin prisas, buscando la confirmación de que ciertamente “la Sicilia è bella, però”, recomendándome pueblos y playas que ver y, al final, rogando que lo contáramos: que Sicilia era un lugar bellísimo. Però. Bellísimo, a pesar de la mafia.
Veinticinco años después nadie, absolutamente nadie, ha buscado en mí la confirmación de que Sicilia es hermosa. Nadie, absolutamente nadie, ha pedido que lo vayamos contando. Casi que al contrario. Sicilia, en algunos lugares, está saturada de turismo. “Hace dos meses que no puedo acercarme a la playa” me comentaba una camarera desbordada por el pluriempleo.
¡Cómo ha cambiado Sicilia en estos 25 años! Obvio, me dirán, anda que no han cambiado Barcelona, Málaga o Bilbao en 25 años. Sí, cierto. Pero el cambio en Sicilia…
Hace 25 años, por aquello de la película (El Padrino) y del periodismo, fui a Corleone. Fuimos tímidamente, discretamente, sin ganas de llamar mucho la atención. Un pueblo en la ladera de una roca, en el interior occidental de la isla. Un café en el bar de la plaza con miradas silentes que decían: “otro par de turistas asustados que vienen por la mitología del cine y lo otro”.
Hemos vuelto y antes de llegar ya adivinas que las cosas han cambiado. El silencio se ha transformado en altavoz esquizofrénico: haciendo negocio de la inventada familia Corleone y reivindicando la lucha contra la mafia.
“Dos y tres autocares al día vienen” comentó el dueño de un local donde te sirven solo la pasta que hacen al día. “Ahora esto está tranquilo, muy tranquilo. Y al turista, ni lo tocan”. Y al irnos satisfechos por la comida nos pidieron que entráramos en una de esas webs de consulta y dejáramos un comentario. ¡Menudo cambio!
El Padrino, la trilogía de Francis Ford Coppola, es una fuente de peregrinación para cinéfilos, entre quienes me incluyo, pero me ha incomodado ver cómo la mercantilización ha convertido en objetos, si no de culto, sí de cierto romanticismo o frivolidad los personajes ficticios interpretados por Marlon Brando y Al Pacino.
“La mafia no tiene nada de romántico. Es todo miseria, que no ha causado más que dolor y desgracias”. Con amargura y esta sentencia recibió un nuevo conocido mi relato sobre la industria turística a partir de la película. Yo no me sentí tentada en ningún momento de comprar ninguno de esos “souvenirs”, y no me quité de encima la incomodidad moral.
En Corleone está el Centro Internacional de Documentación sobre la Mafia y el Movimiento Antimafia. No es un museo, es el lugar que custodia los centenares de archivadores, miles de páginas del maxiproceso contra la mafia. Solo se puede visitar con acompañante-guía. En nuestro caso, Stefania, una voluntaria de 24 años. “¿Por qué soy voluntaria aquí? Porque necesito rescatarme. Porque cuando salgo en cuanto digo que soy de Corleone las miradas cambian. Necesitamos hablar, contar lo mala que es la mafia, el sufrimiento que ha provocado y que, además de mafiosos, en Corleone también hay gente honrada que se ha resistido a su poder.” “Contadlo” es precisamente la frase del juez Falcone que recibe al visitante en una placa.
Si subir al Everest se ha convertido casi en un hacinamiento dominguero, cómo no habrá transformado Sicilia el turismo de masas. En San Vito lo Capo hace 25 años nos hospedamos en un hotel nuevo y modesto. Éramos los únicos huéspedes y al segundo día el dueño nos dijo que la mejor cocinera del pueblo era su esposa, y a partir de entonces en el desayuno nos preguntaba qué nos apetecía para cenar y en función de ello hacía la compra. Hoy ese mismo hotel, regentado aún por la misma familia, se nos sale de presupuesto. Como quienes conocieron la Costa Brava en los 70 y no la reconocen ahora, yo no he reconocido ciertos lugares de la isla, como San Vito o el Valle de los Templos en Agrigento, y he dicho eso de “ha perdido el encanto”. Pero me alegra ver que se puede pasear por zonas del centro y del puerto de Palermo que daban miedo, que ya no hace falta cazar al turista uno a uno, que además de El Padrino, otros muchos como yo van en busca de los escenarios donde se rodó Nuovo Cinema Paradiso o la serie Il Comissario Montalbano.
Y, sobre todo, que el recuerdo y los tributos a la lucha contra la mafia están tan presentes como la organización criminal que tanto daño ha hecho y hace.
PD Creo que he batido un récord de ingesta de melanzane (berenjenas) en distintas modalidades, y he descubierto gracias a unos amigos la granita di mandorla tostata con panna en Scicli.
PD2. Gracias. Grazie, Graziella, Franco, Nacho, Miguel, María Cristina, Marcello y Flavienne.